El conflicto entre Rusia y Ucrania no ha sido simplemente una disputa territorial o política, sino que también ha representado una batalla intensamente personal entre dos líderes que, de manera irónica, tienen características en común. Los presidentes Vladímir Putin y Volodímir Zelenski crecieron hablando el ruso y alguna vez compartieron la misma nacionalidad soviética. A pesar de esa herencia cultural y lingüística compartida, esto no ha evitado que se transformen en grandes adversarios.
En el año 2021, Putin expresó que rusos y ucranianos constituían «un solo pueblo». No obstante, los ucranianos, mediante una votación democrática, escogieron como líder a Zelenski, quien habla ruso y proviene del este de Ucrania, obteniendo un impresionante 73% en los comicios de 2019. En ese entonces, dicha votación aparentaba demostrar la proximidad entre las dos naciones, a pesar de conflictos previos como la anexión de Crimea en 2014. Sin embargo, esa conexión cultural rápidamente se transformó en una división insalvable.
Putin, quien ve la identidad ucraniana como una invención del siglo XX, ha mostrado un creciente desdén hacia Zelenski, convirtiendo ese desprecio en animosidad personal. Desde el comienzo de la ocupación rusa en 2022, el mandatario ruso ha puesto en duda repetidamente la legitimidad del líder ucraniano, argumentando que su mandato finalizó en 2024 y que, bajo la ley marcial, Ucrania no puede ser vista como una democracia.
El rechazo de Putin hacia Zelenski es complejo. De un lado, el mandatario ucraniano representa para él lo que ve como «la imagen falsa occidental de Ucrania», un territorio que, según su perspectiva, debería estar bajo el dominio ruso. Por otro lado, existe un factor personal y de generaciones en esta rivalidad: Zelenski, con 47 años, es más joven y posiblemente más saludable que Putin, quien ha estado en el poder por más de 25 años. Según expertos, esta diferencia acentúa el descontento del líder ruso, quien en el pasado simbolizaba un cambio generacional en la política rusa, pero ahora confronta el paso del tiempo adoptando posturas más autoritarias.
Desde el inicio de la invasión, Putin ha intentado socavar la figura de Zelenski, describiéndolo como un drogadicto y líder de una «junta nazi», una narrativa que busca justificar sus acciones ante la comunidad internacional y su propio pueblo. Sin embargo, lejos de debilitarlo, estas acusaciones han convertido a Zelenski en un símbolo de resistencia para los ucranianos. Antes de la guerra, su popularidad estaba en declive, pero la invasión lo transformó en una figura «churchilliana», como lo describen algunos analistas, capaz de unir a Europa contra la agresión rusa.
Uno de los principales miedos de Putin parece ser el triunfo electoral de Zelenski, quien rompió con el antiguo modelo político de Ucrania que separaba al país entre nacionalistas del oeste y prorrusos del este. Zelenski consiguió atraer a votantes de las áreas orientales, que históricamente estaban alineadas con Moscú, lo cual significó el fin de la influencia política rusa en Ucrania. Este cambio, junto con su decisión de cerrar medios pro-Kremlin y detener a aliados de Putin, como Viktor Medvedchuk, aumentó la hostilidad del Kremlin.
Para Putin, Zelenski representa no solo el revés de su campaña inicial en 2022, sino también un reto fundamental a su idea de dominación sobre los países de su influencia. Mientras el Kremlin favorece dirigentes débiles y sumisos, Zelenski ha probado ser lo opuesto: un líder que no escapó, que permaneció firme frente a la invasión y que sigue protegiendo la independencia ucraniana. Esta actitud ha dificultado los esfuerzos de Moscú por establecer un régimen marioneta en Kiev, forzando a Putin a optar por una estrategia de conflicto largo y agotante.
Al final, el conflicto entre Rusia y Ucrania no solo trata de modificar límites o reorganizar vínculos internacionales; es también un choque de ideologías opuestas sobre el poder y la legitimidad. Para muchos, Zelenski simboliza la defensa frente al autoritarismo y la defensa de los principios democráticos, mientras que Putin, con su perspectiva pragmática y dura, intenta cimentar un legado que recupere lo que percibe como la gloria perdida de Rusia. Este enfrentamiento de liderazgos, personalidades y épocas continuará influyendo en el rumbo de un conflicto que ha alterado para siempre la historia de ambos países.